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Pingüinos en El Pedral

Hay diez mil pingüinos. Hay acantilados 20 metros más altos que el Obelisco. Hay medialunas recién horneadas. Hay elefantes marinos. También hay pumas, que te huelen mucho antes de que los veas. Tres días en la estancia El Pedral, a 75 kilómetros de Puerto Madryn, son suficientes para descansar, ver fauna marina, comer medialunas recién horneadas y ver la Vía Láctea.


Escribe Guille Gallishaw. Sacaron fotos Luis Carducci y GG.

Hay un meme de Pepe Mujica, con el pelo revuelto, los ojos de recién levantado, el termo bajo el brazo y el mate en la mano. El texto dice:

“Nadie puede estar despierto un feriado tan temprano.

Yo, ahora.”

Pues Pepe Mujica era yo en mi primer amanecer en El Pedral. Cuando vi que eran las seis y media de la mañana, intenté seguir durmiendo, pero no lo logré. Así que salí de la cama, agarré la cámara y me preparé un mate. Pasé por el casco de la estancia, pero no había nadie en pie. Así que salí a caminar. Pensé que por haberme despertado tan temprano tal vez tenía un premio: sacarle una buena foto a un puma o a un grupo de guanacos o a un choique corriendo por la estepa. Pero no. Apenas algunas fotos a aves, casi todas movidas. No es buena idea salir a sacar fotos con el mate, el termo y un lente con mucho zoom. Pero aprendí la lección. Al día siguiente me hice el mate, robé unas galletas de la cocina (con miedo a ser descubierto porque el piso de madera me vendía) y me senté en el mirador a leer. A poco de estar ahí, escuché algo. Miré a mi alrededor y no vi nada fuera de lo común. Unos segundos después, de nuevo. Era alguien que respiraba largo, como inhalando y exhalando lento. Eran dos mujeres de más de sesenta, haciendo yoga. Una de Austria y otra de Suiza. Supe de su origen esa misma noche cuando, por circunstancias que ya explicaré, me encontré bailándoles cumbia en una sala muy coqueta del casco de la estancia El Pedral.

La casa de estilo vasco francés de El Pedral.

«Quiero ver eso», me dijo

Para llegar hasta El Pedral hay que manejar 75 kilómetros desde Puerto Madryn, por la RP1, de ripio. También te pueden llevar en combi o en 4×4, si contrataste la excursión de día completo. Eso incluye el traslado a El Pedral, la visita a Punta Ninfas, recorrer el casco histórico de la estancia, ir hasta la colonia de pingüinos, almorzar cordero patagónico, descansar y luego tomar un te con torta galesa. La otra opción es que te quedes a dormir, como habían hecho las mujeres austríaca y suiza, que estaban con sus respectivos maridos. Las conocimos una mañana en Punta Ninfas. Ellas estaban en la parte alta del acantilado, sacando fotos al mar. Nosotros estábamos a punto de bajar los ciento y pico de metros de ese acantilado para llegar a la playa. El marido de alguna de las dos me preguntó qué hacía con la cámara y le respondí que estábamos grabando un documental. “Quiero ver esos videos hoy, después de la cena”, me dijo, y le dije que bueno.


Nueve kilómetros de canto rodado

La boca o entrada del Golfo Nuevo tiene 15 kilómetros y el extremo Sur se llama Punta Ninfas. Justo ahí se encuentra la estancia El Pedral, que se llama así porque tiene una playa de piedras tipo canto rodado que se extiende por nueve kilómetros. En una parte de esa playa se formó una colonia de pingüinos de Magallanes, allá por el año 2009 y, con el paso del tiempo, se fue agrandando. “Empezó con tres nidos y hoy hay más de 3600”, explica Lara Resnik, gerenta de El Pedral. Según el último censo, el lugar tiene 10.000 individuos que vienen cada septiembre a poner sus huevos. En marzo migran hacia el Sur de Brasil, y luego vuelven a El Pedral (en septiembre, siempre el mismo día, o casi, siempre al mismo lugar. Al mismo). Para proteger a esta colonia, el sitio fue declarado Reserva de Vida Silvestre en 2011, y en 2014 pasó a formar parte de la Reserva de Biósfera de la UNESCO Península Valdés. Entonces, los viajeros que llegan a El Pedral pueden visitar la colonia, siempre con un o una guía que no sólo cuida que la visita sea respetuosa, sino que también cuenta cosas: que los pingüinos de Magallanes tienen el lomo negro para mimetizarse con el mar y pasar desapercibidos de los predadores que vuelan, que tienen el pecho blanco para confundirse con el brillo del sol en el agua y que no los coma un depredador que anda debajo del agua, que además del plumaje impermeable tienen una capa de aire que los mantiene aislados del frío cuando entran al agua, y muchas cosas más. Desde la colonia mirando hacia el Este, hay un acantilado de más de cien metros de alto. Eso es Punta Ninfas.


Lara Resnik en la escalera de entrada de El Pedral.

Sacar la basura no tiene fin

Lara Resnik nació en Puerto Madryn, acampó incontables veces en Península Valdés junto a su familia, se fue a vivir a Buenos Aires para estudiar y trabajar en una mega empresa, y a poco de haber cumplido 24 años, volvió a Madryn.

“Había tenido una crisis. Me quedé encerrada en mi departamento sin saber qué me pasaba o qué quería. Hasta que me di cuenta. Quería volver a mi lugar”,

cuenta Lara en la puerta de El Pedral, sin mirarme porque, mientras habla, tiene la vista clavada en el fuego, hipnotizada. Yo tampoco la miro porque tengo la vista hacia el cielo, con toda la Vía Láctea. Quiero estar atento a algún cometa o satélite. Hoy, Lara gerencia la estancia, pero también limpia playas. Una vez al mes organiza limpiezas en diferentes lugares de la zona, y lo hace junto a un grupo de voluntarias y voluntarios. La basura nace de dos fuentes. Por un lado, de los barcos pesqueros (algunos parecen verdaderas ciudades) y, por otro, de gente que va a las playas. Un día de fines de noviembre, vamos a Punta Ninfas. Desde El Pedral son quince minutos por un camino de ripio. Se llega a la parte alta del acantilado, donde hay un faro. Para llegar a la playa, hay que destrepar el acantilado, tan vertical que da vértigo: más de cien metros de desnivel. Una vez abajo, la playa no mide más de veinte metros de ancho y se ven elefantes marinos con sus crías. “Como esta parte no es reserva natural, no hay controles y la gente viene a pescar, a hacer asados y, cuando se va, no se llevan la basura. Porque les da fiaca cargarla hasta arriba. Que es lo que vamos a hacer ahora.”

Una vez al mes salen a limpiar las playas. Siempre vuelven con bolsones repletos de basura.


Huele a medialunas

A la mañana siguiente, cuando ya pasó una hora que estoy leyendo en el living, el sol entra por las ventanas de hierro con vidrio repartido. Escucho que el piso de madera cruje. Alguien va y viene. Después huele a medialunas recién horneadas y se escucha una máquina a altas revoluciones. Intuyo que están exprimiendo naranjas. En un momento aparece Camila, sigilosa, y me dice buen día. Cami es la anfitriona, habla perfecto francés, no quiere que le saque una foto y hace unos años se fue a recorrer varios países de Sudamérica en su Ford Falcon, que hoy está guardado en el estacionamiento de El Pedral.

La casa del casco de la estancia parece un museo. En sus ambientes de techos altos hay sillones antiguos, alfombras, vitrinas, libros de viaje y fotos en blanco y negro. Fotos en las que aparecen Félix Arbeletche y María Olazábal. Félix llegó a la zona de Península Valdés en 1898, pero recién en 1920 pudo empezar la construcción de su casa en El Pedral. Antes de que la obra estuviera terminada, su esposa muere.

Los movimientos durante el desayuno son lentos, procurando no hacer ruido. Las conversaciones son casi susurradas. Pero la noche anterior, todo era fiesta. Bueno, o casi. Es que el hombre casado con una suiza o con una austríaca, que a la mañana me había dicho de ver los videos que estaba grabando, me insistió. Tenía un vaso con un trago en la mano. Nos sentamos en una especie de biblioteca, en unos sillones y en seguida se acercaron su esposa, su amiga y el marido de la amiga. Charlamos, bebimos y empezaron a hacerme preguntas acerca de Argentina. Honestamente no recuerdo cómo sucedió, pero en un momento Camila y yo les estábamos bailando cumbia, con accesorios de cotillón en la cabeza. Ellos se reían a carcajadas y una de las mujeres se puso a menear. Cuando todo se calmó, seguimos charlando. “Estos lugares, como El Pedral y todo lo que la rodea, son únicos en el mundo”, me dijo el del trago en la mano, y se fue a dormir. A la mañana siguiente, antes de que las mujeres suiza y austríaca empiecen con su sesión de yoga, quien escribe esta nota ya estaba con el mate y el termo, leyendo y, de vez en cuando, mirando aves. Soy el del meme de Pepe Mujica. Sisoy. ✪



 

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