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No hay K42 sin fiesta

Cómo organizar un K42. Primero, obsérvese. Haga una introspección a conciencia. Si aparece el deseo de organizar un maratón de montaña, pase a la segunda instancia. Sepa que la segunda instancia será horrible, lo desanimará, recibirá respuestas negativas desde todos los ángulos. Siga. Después busque un lugar apto: montañas es lo más importante, ya que es un maratón de montaña. En la medida de lo posible, que el lugar tenga una ciudad que pueda hospedar y darle de comer a los invitados, es decir, a los corredores. Salga a caminar esas montañas. No una vez. Cien veces. Busque a alguien que sea capaz de diseñar un circuito. Son pocas las personas con esa capacidad, pero busque. Lo que viene a continuación es un muro, es el kilómetro treinta de un maratón. Convencer al municipio de la idea para obtener permisos y conseguir fondos. Dinero. Platita. La biyuya. Hay que sacar bien las cuentas, porque hay que pagarle a muchas personas para que todo salga bien. Ponga una fecha: ni muy calurosa, ni muy fría. Llegue unos diez días antes para completar la etapa de la organización. Una vez que la gente esté en la línea de largada, sepa que el noventa por ciento del trabajo está hecho. Agarre el micrófono, haga sonar un tema potente tipo ACDC, arengue a la multitud y, por último, siéntase William Wallace y grite la cuenta regresiva de diez a cero. Esa misma noche organice una fiesta. Permítase beber alcohol porque será su única oportunidad para relajar y festejar ya que, mientras esté desayunando al día siguiente, ya estará pensando en la próxima edición.



K42, alcohol y descontrol. La noche del 9 de noviembre de 2024 llovía en Villa La Angostura. Por momentos, diluviaba. En El Mercado, un pintoresco predio gastronómico, había un escenario al aire libre con luces estroboscópicas, pantalla, sonido industrial y un dee jay. Cuando se escuchó Sweet child of mine eran las dos de la madrugada y la pista estaba fuera de control. La gente bailaba y saltaba mientras el diluvio sucedía. Es probable que nadie hubiera estado ahí, bailando bajo una lluvia con apenas cinco grados de temperatura, si no hubiese un buen motivo: la fiesta de cierre del K42. Muchas de las personas que estaban ahí, unas horas antes habían corrido un maratón de montaña. Se sabe. Después de correr cuarenta y dos kilómetros, el cuerpo y la mente sólo piden descanso. Pues en este caso, la lógica no funcionó y el baile y los tragos y la cerveza y el descontrol se habían apoderado de los cuerpos. Fiesta pantagruélica. Pero hubo un problema. Se suponía que el climax de la fiesta iba a ser la proyección de un video editado en tiempo récord en el que se veían imágenes potentes de la carrera que todos acababan de correr. Camilo Radrizzani se había quemado las pestañas para filmar el K42 y luego editar el video en menos de cinco horas, para que estuviera listo para ser proyectado en esta fiesta. Pero había un problema técnico y el video no funcionaba. Cuando fueron a buscar a Camilo Radrizzani para pedirle que solucionara el problema, el realizador audiovisual iba por su cuarto fernet. No era tan grave, pensando que el resto de la gente había perdido la cuenta de cuánto alcohol había ingresado en sus cuerpos. A Camilo Radrizzani la peda se le fue en un micro segundo. Lo habían contratado específicamente para hacer ese video y proyectarlo esa noche y no estaba dispuesto a que su trabajo se echara a perder. Así que se paró frente a la computadora, sacó un archivo, puso otro, cambió no sé qué del audio y le dio play. El video se veía perfectamente y las personas deliraban y la lluvia seguía. Entre la gente y las luces que iban y venían, pude ver casi como un flash a una chica de no más de treinta años. Se reía con sus amigas, bailaba, brillaba. Había visto a esa misma chica cruzar la meta del K42 unas horas antes. Eran como las tres de la tarde. Por alguna razón me acerqué a ella. Lloraba con congoja. Le pregunté si necesitaba ayuda. “No, gracias. Aunque no parezca, estoy bien. Muy bien. Este año fue el más difícil de mi vida. Y ahora, después de haber corrido esta carrera, se ve que me estoy desahogando.” Ojos de ocelote, pestañas rayos de sol dijo algo más: “No termino de entender porqué es tan movilizador el hecho de correr. A nivel emociones me refiero. Creo que no hay palabras para explicar eso”. El lenguaje se queda corto para explicar emociones. Además, en una carrera como esta, algo le sucede al cerebro. Por momentos es un mar embravecido de emociones y, en otros  momentos, mar planchado. Hay un lapso de tiempo entre el kilómetro cero y el cuarenta y dos que no es lineal ni objetivo. Hay participantes que corren casi a la par y demoran el mismo tiempo de reloj, pero para uno pasó rapidísimo y para el otro, no se terminaba más. Este año fueron 2500 participantes. Es decir, 2500 percepciones del tiempo diferentes. El caso de ojos de ocelote, pestañas rayos de sol es uno de los dos mil quinientos. Y cuando se liberan tantas emociones y tan fuertes, después viene el vacío. Para sortear ese vació, nada mejor que una fiesta en el pueblo de belleza hegemónica de la Patagonia Norte, a tiro de piedra del lago Nahuel Huapi.



2500 respuestas: todas correctas. El primer europeo en llegar a la zona del lago Nahuel Huapi fue el capitán Diego Flores de León. Hubo una pequeña confusión con el nombre: los mapuches que habitaban la zona llamaban así, Nahuel Huapi (isla del tigre en mapudungun), a la actual isla Victoria, y no al lago. Según parece, hubo una confusión al momento de interpretar, y el error nunca fue corregido. Pero esa es otra historia. La cuestión es que después de Flores de León vinieron Mascardi, el perito Moreno, Primo Capraro y muchos más. Pero antes de Flores de León, ¿qué pasaba en la región? Es difícil de saber. Hay datos confirmados. Por ejemplo, que hace más de diez mil años, la Patagonia estaba habitada por comunidades que ocuparon la actual Santa Cruz (Cueva de las Manos). DIEZ MIL. ¿Y por acá, por la zona que hoy ocupa Villa La Angostura y sus alrededores? Pues también hay estudios que confirman una vida activa en comunidad. En 2015, un equipo liderado por el arqueólogo chileno Alberto Enrique Pérez (Universidad Católica de Temuco, Chile) encontró una evidencia sin igual: una mujer de entre 17 y 25 años enterrada en una canoa con una ofrenda funeraria, en las afueras de lo que hoy es San Martín de los Andes. “La locación de este hallazgo nos llevó a considerar que podría estar relacionado con la técnica de un entierro simbólico, que sirve al difunto/a en su viaje a la última morada de los muertos”, dijo José Luis Lanata, investigador del CONICET, quien participó del hallazgo. El K42 se corre por montañas que fueron transitadas desde hace miles de años por personas que desconocemos por completo. Tal vez, sólo tal vez, podemos imaginar que alguien, hace mucho, habrá caminado por el Raizal, siguió subiendo hasta lo más alto del cerro Bayo y habrá mirado hacia el lago que nosotros llamamos Nahuel Huapi. Tal vez, sólo tal vez, miró y dijo algo así como qué cosa hermosa todo esto. Como la chica de ojos de ocelote, pestañas rayos de sol. Este año, ella no pudo ver el lago Nahuel Huapi desde la cumbre del cerro Bayo porque el clima estaba malo. Pero me gusta pensar que hay una conexión entre la chica de ojos de ocelote, pestañas rayos de sol y los mapuches, vuriloches y aquellos que no sabemos cómo nombrarlos pero que anduvieron por acá hace miles y miles de años. La conexión es estéril, no sirve de nada, lo sé. Pero acá no se busca utilidad. Si no, ¿por qué razón 2500 personas de distintos lugares del país y del mundo vienen acá a correr 42 kilómetros por estos cerros hegemónicos pero lluviosos y fríos? Tal vez haya 2500 respuestas distintas. Todas correctas.



El caos tiende al orden. Hay una información oficial. El comunicado de prensa es preciso y bien redactado. El día jueves 7 de noviembre es la acreditación en el CEF 7 (Centro de Educación Física) de Villa La Angostura, Neuquén. El día 8 a las catorce se larga el K15. El día 9 a las nueve se larga el K42. Organizar un maratón de montaña les lleva a Norma Heredia y a Diego Zarba un año. Es decir que llevan doce meses preparando esto que sucede en tres días entre Acreditación, K15 y K42. Coordinan un equipo que, al momento de la carrera, alcanza las trescientas personas. Así que los días previos podrían ser angustiantes, de incertidumbre. Sin embargo, el martes 6 de noviembre a las dos de la tarde, hay una calma que se sostiene a pesar de la tensión. Hay un caos que tiende al orden. En la esquina de Las Frambuesas y Cerro Bayo, el CEF 7 es el lugar para las acreditaciones del K42. Las 2500 personas inscriptas tienen que dar el presente y retirar su kit. Además, hay marcas que montan stands y ofrecen productos deportivos. Y también es un lugar de encuentro. Sin embargo, dos días antes de que lleguen los participantes, el tinglado del complejo deportivo es un caos. Hay estructuras diseminadas por toda la cancha de básquet: hierros, carteles, lonas, gentes, cintas, alambres, bolsas, viandas. Norma está sentada frente a una computadora portátil, en un escritorio improvisado para la ocasión. Sonríe, charla, saluda, teclea. Y por ahí, Diego camina lento, con el paso marcado, talón, punta, manos juntas por detrás. Entra, sale, deambula, piensa y mira el celular, que lo lleva colgado del cuello. Diego tiene la actitud de una persona que todo el tiempo está pensando. Y, de repente, se cruza con Camila Picavia. Diego la frena y le pregunta cosas random. Camila Picavia es la encargada de coordinar todo de todos los todos. Diego Zarba pisa los sesenta años y es un tipo pragmático, rígido en sus gestos y que en estos momentos no le gustan las distracciones. A lo concreto, siempre. Camila Picavia tiene veintiocho y se mueve con serenidad. Diego Zarba lanza: “¿Qué pasa con la carpa negra que pusieron allá? ¿El armado del sonido a qué hora empieza? ¿Esa banda que contrataste para el fest es buena o más o menos?”. Camila Picavia es Neo frenando los golpes de sus enemigos en slow motion. Responde todo con serenidad y seguridad. Camila sabe todo. Camila sabe más que Diego. Camila conoce cada rincón de esta matrix. 

Cuando Norma Heredia y Diego Zarba empezaron a organizar el K42 hace veintiún años, lo hicieron con un método. No había presupuesto suficiente, así que todo se armó con la ayuda del círculo íntimo. Eran tres familias y varios amigos. Los hijos colaboraban, aunque sea ordenando ganchitos y dorsales. Las ediciones de la carrera fueron pasando y ese método se fue sazonando. Empezaron a venir amigas y amigos de los hijos, como Camila Picavia, que era compañera de colegio y amiga de Nayla Zarba, hija del matrimonio Heredia Zarba. O Luciano Furlán, el hijo de una amiga de Norma. Por Luciano pasan circuitos que conectan otros circuitos: atención al corredor, acreditaciones, comunicación, tiempos. “Lo conozco desde que nació. Por eso es como un hijo”, dice Norma Heredia con gesto amoroso, sonrisa y rostro arrugado. Pero dirá lo mismo de muchas otras personas que trabajan en el K. Que son como sus hijos, que los conoce desde la niñez o la adolescencia. Es la filosofía Heredia.



Filosofía primero, método después. Hay métodos de trabajo, y también hay filosofías de trabajo. El matrimonio entre Norma Heredia y Diego Zarba creó una filosofía de trabajo que pone en segundo plano al método de trabajo. Primero está la forma, y sobre la base de esa forma se adapta un método. Esa idea no fue estrictamente pensada de antemano. Fue sucediendo. Y Camila Picavia podría ser un caso de estudio para entender la filosofía Heredia Zarba de trabajo. Formalmente se hacen llamar Patagonia Eventos, que son quienes organizan el K42 Adventure Marathon. Camila Picavia es de Escorpio, tiene 28 años, pestañas naturales arqueadas hacia arriba, un piercing en la narina derecha y el pelo castaño maniaticamente atado en una colita. Anteojos de moda con marco transparente. Es la productora general del K42. Camila sabe más que Diego. Camila sabe. Lo que nadie sabe es cuál es su secreto para mantener la calma. Porque todo está más o menos tranquilo, hasta que falta un día y las tensiones aumentan. Cuando se le pregunta cómo hace para resolver y, a la vez, mantener la calma, Camila sonríe pero no responde.

“Cuando llega el K42 a Villa La Angostura, el impacto económico en la localidad es cinco veces mayor en gastronomía y hotelería, aunque también en otras áreas. Estamos en noviembre, un mes de temporada baja de turismo. Pensá que cuando nosotros llegamos diez días antes de la carrera, todo lo compramos acá. Desde insumos de ferretería y librería, hasta la comida para todo el equipo”, dice Camila Picavia de camino a la rotisería Qué te cocino, ubicada sobre la calle Las Fucsias 147. Es el mediodía del 6 de noviembre de 2024, faltan 48 horas para la carrera, y Camila Picavia tiene que retirar viandas para el equipo de trabajo. “Ahora son cincuenta viandas, pero durante los días de competencia tenemos unas trescientas personas, así que son trescientas viandas.” Cuando Picavia dice viandas hay que leer: guiso de lentejas, pastel de papas, pollo con verduras, bondiola con puré o sánguches de jamón y queso con cebolla, morrón, zapallitos. 

En Cipolletti, Camila Picavia fue compañera de colegio de Nayla Zarba. Se hicieron amigas. Tan amigas que una tarde, Nayla tenía que ordenar dorsales de corredores y ganchitos para un K42. Camila estaba de visita y la ayudó. “Ahí me propusieron trabajar en la carrera y acepté. A mí me divertía porque estaba con Nay, pero también me venía re bien la plata.” Las dos tenían quince años. Nayla estaba acostumbrada porque ella y sus hermanos colaboran en la organización desde siempre. Pero para Camila era una novedad. La cuestión es que desde esa primera vez con números y ganchitos, Camila trabaja para el K42. Al principio, en puestos de baja responsabilidad, pero rápidamente fue tomando cargos más comprometidos. Hoy, con 28 recién cumplidos, es la productora general del K42. Con Diego Zarba el trato es pragmático. Diego pregunta y Camila responde con seguridad, sin parpadear, porque ese es otro rasgo: Camila sostiene la mirada, serena, segura, no parpadea. Con Norma Heredia el trato es más amoroso. “Es que yo la veo como a una hija. Pensá que la conozco desde muy chica.” La filosofía por encima del método. La filosofía es que la organización del K42 es una gran familia, pero una de esas familias en las que predomina el buen trato, la comprensión, la fraternidad. Después, viene la rigurosidad, que la hay. Está ahí, siempre latente. Nadie quiere ver a Diego enojado. Ni a Norma. Todos quieren al K42. Todos quieren que el K42 salga bien. Por eso, dos días antes de la carrera hay caos, pero nadie se desespera. Diego sigue de acá para allá con ese paso que parece un mantra, y Norma sigue atendiendo ochenta cosas a la vez, pero con sonrisa y calma. Hay un equipo detrás.



En caso de mal clima, tome la pastilla roja. Cuando faltan 48 horas para la largada, la cuerda se tensa. El factor climático siempre tensa la cuerda. Para la meteorología a veces es difícil pronosticar en esta esquina de la Patagonia. “Es que acá el clima es cambiante”, dice una voz popular. En la región se dicen cosas de Villa La Angostura. Un chusmerío de barrio. Personas de San Martín de los Andes o de Bariloche suelen decir que en Villa llueve más que cualquier otro lugar de la zona. En los 21 años que se lleva corriendo el K42, llovió en dos ediciones. 

El clima puede arruinar una carrera. O, mejor dicho, lo que el organizador hace frente a ese clima adverso puede arruinar una carrera. Eso lo saben Tagle, Zarba, Álvarez, Aznares, Lausi y cuanto organizador de carreras exista sobre el planeta Tierra. Por eso, cuando faltaban dos días para largar la edición XXI del K42, Diego Zarba caminaba por las paredes. “El viernes va a llover un poco a la tarde, pero eso no me preocupa”, analizaba el pronóstico Diego Zarba. “Pero vamos al sábado, que es el día del K42. A 1800 metros sobre el nivel del mar, se pronostican ráfagas de 49 a 55 kilómetros por hora. Temperatura de cinco grados, pero sensación térmica de un grado bajo cero. Eso es por el viento que habrá. Y hay lluvias, pero están pronosticadas para la noche del viernes, hasta la mañana del sábado. Después corta. Pero el domingo también se prevén lluvias. Si algo de eso se corre -y hace el gesto con las dos manos, como imaginando una línea de tiempo entre viernes y domingo –, podemos tener una lluvia con un grado bajo cero. No me gusta esa situación.” Diego Zarba piensa en escenarios potencialmente peligrosos para los corredores. Si el pronóstico no es exacto y la lluvia se adelanta o se atrasa, analiza Zarba, la mayoría de los participantes estará cerca de una hora y media caminando por la montaña, mojados por el previo cruce de un arroyo, con baja sensación térmica y ráfagas de hasta cincuenta y cinco kilómetros por hora. Eso le carcome la cabeza: potenciales casos de hipotermia. Pero necesita enfriar las emociones para tomar la decisión acertada, segura. La posibilidad de cambiar el circuito y que el recorrido no llegue a la cumbre del cerro Bayo, donde la exposición al clima será extrema, es algo cada vez más factible. En ese caso, habrá participantes que le tiren la bronca, con el argumento de que ellos pagaron 320.000 pesos de inscripción para llegar a la cumbre del cerro Bayo. Diego responderá que la seguridad está por encima del dinero. 

Lo bueno de haber nacido unos cientos de años antes en esta zona es que podías ir a la cumbre del Bayo cuando se te diera la gana. Lo malo: que un día te hubieses encontrado con señores con trajes extraños, botas altas, medias tipo cancan y portando fusiles.



Una tribu y un sponsor. En el trail running hay tribus lideradas por un lonko o cacique. Entre las tribus hay convivencia pacífica. Ninguna quiere conquistar a otra aunque, de vez en cuando, algún que otro miembro cambia de tribu. Una de las tribus más numerosas es la del team Pauluzak. El nombre podría ser el de un cacique azteca, aunque también polaco. Pero refiere a Ezequiel Pauluzak, el líder. La tribu cuenta con casi setecientas mujeres y varones; probablemente, la más numerosa. La chica de ojos de ojos de ocelote, pestañas rayos de sol forma parte de la tribu. Este running team suele entrenarse en una irregularidad ascendente al lado de la Autopista del Oeste. Podría decirse que es una colina. La llaman La Mítica o la Montaña de la Cruz, y está en Moreno. Más walking conurban no se consigue. El día que largaba el K15 era viernes y había sol. Frente al cartel del ACA de Villa La Angostura, los Pauluzak, la tribu que habita las pampas y se entrena en La Mítica, había armado una ronda y saltaban y cantaban y se agitaban. Un ritual. Eran 135 miembros, 135 voces gritando. En un momento apareció el cacique y la gente guardó silencio para escuchar la arenga. El lonko hizo oír sus palabras, siempre efervescentes y, al final, hubo grito de guerra. 

Hay muchos otros running teams que se organizan para venir al K, y lo hacen desde distintos lugares del país. Confluyen en Villa La Angostura para correr 15 o 42 kilómetros y así darle sentido a emociones y cosas que nos suceden. La vida. Pero, por fuera de esas emociones y personas y vidas, hay intereses. Es que la competencia fue creciendo a lo largo de los veintiún años y su exposición en redes sociales y medios de comunicación es atractiva para distintos tipos de marcas. Siempre hay sponsors, a veces más grandes, a veces no tanto. Eso suele depender de la suerte de la economía del país. Este año, por ejemplo, la organización estaba por cerrar un contrato para el año 2025 con una multinacional de ropa deportiva. Pero, para comunicar la buena nueva, debían esperar a que pasara la edición 2024. Diego Zarba aún dudaba acerca de si firmarían el contrato o no. En el medio, sucedió algo. Adidas, que esponsorea al Trail Running Team Pauluzak,  aprovechó la carrera para organizar su Terrex Camp. En marketing, esto se parece a una acción BTL, Below the Line. Consiste en sacar provecho de un evento grande y, en ese contexto, organizar una acción de marketing. Entonces, cuando la marca que estaba por cerrar su esponsoreo para 2025 con el K42 vio esta acción de Adidas, pensó que lo mejor sería avanzar cuanto antes y firmar. Por eso, a partir de 2025, el K42 se llamará Asics K42 Adventure Marathon.



Mientras esté desayunando. Llueve, garúa, diluvia, clarea, vuelve a llover, a garuar, a diluviar, a clarear. Y así. Es 9 de noviembre a las nueve menos tres minutos de la mañana. El locutor se llama Lindolfo y, con oficio, anima a las personas que están detrás del arco de largada. Faltan tres minutos para que arranque el K42, tiempo suficiente para un pico, un abrazo y unas palabras al oído. Diego Zarba busca a Norma Heredia en medio de la gente. La encuentra, la abraza por detrás, ella hace con el rostro un gesto de felicidad y alivio, él le da un beso y aprieta más fuerte el abrazo. Después se separan. Un año entero trabajando para este instante. Ahora faltan cuarenta segundos. Nadie del público puede estar delante de la línea de largada, toda la gente a los costados. El único que sí puede estar es Diego Zarba. Se acerca al arco y le dice algo a los que están para largar primeros. Debido a que esta edición del K42 es parte del calendario Sudamericano de Trail y Montaña, hay Seleccionados de corredoras y corredores de distintos países de la región. Son los elite y por eso están adelante. Faltan treinta segundos y la efervescencia empuja el ánimo. La mayoría de los que está por correr el K42 se preparó durante un año. Muchas imaginaron este instante, el de la largada. Por eso, la efervescencia aumenta: los cerebros liberan químicos que activan sinapsis que sólo encuentran vías de escape a través de los gritos. Lindolfo agita y potencia el clima. Toda la gente que no vino a correr pero sí a acompañar, ocupa las veredas; mira hacia el arco de largada porque ver la estampida de corredores bajo la lluvia es un espectáculo. Hay tensión. El único que está de espaldas al espectáculo es Diego Zarba. Camina con ese paso relajado, pantalón negro impermeable, campera celeste con capucha puesta impermeable. Diego camina y, de fondo, fuera de foco, se ve el arco de largada. Todos miran el espectáculo. Diego Zarba sube a la vereda, frena, mira el reloj, mientras detrás de él pasa la estampida de corredoras y corredores. Largó el K42 del año 2024. Esta misma noche, habrá fiesta pantagruélica. Y, al día siguiente, domingo 10 de noviembre, Diego y Norma tomarán un cafecito en York Bakery, en la esquina de Las Frambuesas y Cerro Belvedere. Con ellos estará Javi, uno de sus hijos. Van a recordar momentos del día anterior. Y, en un momento, me harán una advertencia. “Ojo, que esto aún no se puede decir, pero ya firmamos contrato.” El año 2025 el K42 se llamará Asics Adventure Marathon. Tal y como dice la guía para organizar un carrera de trail running:“… mientras esté desayunando al día siguiente, ya estará pensando en la próxima edición”.

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