Son las siete de la mañana y dormí apenas tres horas. A esta altura de mis 42 años, y después de haber recorrido toda la Argentina y varios países, ya no sé qué siento antes de un viaje.
No son nervios, no es miedo. Creo que es un poco de ansiedad. Pero no más que eso. De todos modos, algo me llamó la atención ayer cuando, por primera vez en mi vida, tuve lista la valija con un día de anticipación. Es una tarea que la suelo dejar para la media hora previa a que me venga a buscar el remis; y si salgo en mi auto, con unos 15 minutos de tiempo, la hago. Creo que esta vez tengo una especie de ansiedad diferente: viajo a Finlandia a ver una aurora boreal. Bueno, no sólo a verla, sino a registrarla en video, en foto y con una cámara de realidad virtual. Lo pongo en Google Maps y, desde mi casa en Muñiz (Buenos Aires) hasta Inari (que es donde voy), me tira que hay 13.395 kilómetros. Me vuelven loco estas cosas de distancias. Hace unos años, con mi amigo Juan Martín Roldán hicimos un viaje por todo el país en un Jeep, y le metimos 33.000 kilómetros.
Ahora espero por Luis, el remisero. Luis es el padre de Bochi, uno de mis amigos de la adolescencia. Luis me lleva a Aeroparque o Ezeiza desde hace casi veinte años, así que creo que llegué a conocerlo más a él que a Bochi. Cuando alguna vez no pudo llevarme, un poco puteo, porque Luis me da cierta seguridad; me conoce, sabe cuándo hablar y cuándo darme un espacio de silencio. Parece un detalle sin sentido, pero sólo en las relaciones construidas se logra esa empatía. De vez en cuando y de forma inesperada, Luis lanza un suspiro. Es como si le falta aire, entonces inhala fuerte y lo larga en una exhalación, con tres intervalos hipe cortos. Como cuando alguien llora con congoja y trata de tomar aire, y medio que se traba. Yo noto que Luis hace eso desde que se murió Bochi, su hijo y mi amigo. Hoy le saqué esta foto.
Había dejado de escribir en mi casa para terminar este primer reporte de mi viaje a Finlandia desde acá, desde Ezeiza. Ya hice el check-in, pasé por AFIP para declarar el equipo de fotografía y me pedí un sánguche de jamón, queso, tomate y huevo en un bar de la planta baja. El mismo bar donde, una semana atrás, mi novia me invitó un café, mientras nos despedíamos. Ella se iba a Miami a correr el medio maratón de esa ciudad (terminó cuarta entre las mujeres). Ahora me voy yo. ✪