El kayakista argentino Marcelo Hostar remó en kayak por aguas antárticas durante este último verano. Había soñado con eso durante años, pero lo que nunca se había imaginado era que navegar en velero por el Pasaje de Drake puede ser no un sueño, sino una verdadera pesadilla. En este relato, Hostar cuenta su viaje y, al final, dice que desea volver. Pero no en velero.
Escribe Fede Svec. Las fotos son de Marcelo Hostar
Todos tenemos ese deseo de explorar, creo que es instintivo. Y en los sueños de aventura tenemos lugares que nos atraen irresistiblemente. Tal vez el preferido por muchos sea la Antártida, porque no hay en este planeta una geografía con más misterios. Claro que una forma de viajar con la imaginación son los libros. Muchos de ellos se escribieron acerca del protagonista de supervivencia más grande de la historia: se llamaba Ernest Shackleton. Cuando en 1914 en el mar de Weddel el hielo atrapó irremediablemente a su barco (el Endurence), comenzó la odisea que tanto motivó a muchas generaciones de espíritus inquietos.
Al mismo tiempo que ansiamos explorarlo y comprenderlo todo necesitamos que todo sea misterioso e insondable… HENRY DAVID THOREAU
Pero también están los sueños que, con esa motivación, se reman y pueden hacerse realidad. Como le pasó a Marcelo Hostar. A él, la inspiración le llegó después de muchos años remando por los fiordos chilenos y por la zona de los Campos de Hielo Norte y Sur. Empezó a sentirse profundamente atraído por la idea de remar en kayak por aguas antárticas. “Con todos esos viajes, confirmé una cosa: ¡me atraían mucho lo hielos! Así fue que se me despertó el sueño más grande de mi vida, que era un viaje a la Antártida.»
Odisea en el Continente Blanco
Actualmente hay dos formas de llegar por mar a la Antártida. Por un lado, los cruceros, barcos a motor bastante grandes, bien equipados y cómodos y, lo que es más importante, con una tripulación experta y profesional. Por otro lado están los veleros, que brindan una experiencia más intensa, más aventurera. La gran diferencia con los cruceros es que en los veleros, los viajeros forman parte de la tripulación. Sólo el capitán y uno o dos marineros son profesionales y navegantes expertos. Los viajeros que contratan este servicio suelen ser aficionados a la vela, algunos tienen su propio barco, pero eso no los prepara adecuadamente para enfrentarse al que, dicen, es el mar más tempestuoso y peligroso del mundo: el que se abre cuando salen del canal de Beagle y enfrentan el Pasaje de Drake.
Situado entre los 56 y 60 grados de Latitud Sur, es el tramo de mar abierto que separa América del Sur de la Antártida, entre el Cabo de Hornos y las islas Shetland del Sur. Tiene una extensión promedio de 900 kilómetros y debe su nombre al corsario (pirata para los españoles) inglés Francis Drake. Fue el segundo en circunnavegar el planeta, después Sebastián Elcano.
«Yo quería llegar en velero y no en uno de los grandes y cómodos cruceros, que están bien, pero que le quitan mucho componente de aventura al viaje. Una amiga chilena tenía un velero que hacía viajes a la Antártida. Era muy caro, costaba entre 10.000 y 11.000 dólares pero, además, no llevaba kayaks a bordo. Entonces seguí averiguando y surgió el nombre del Spirit of Sydney, un velero australiano de 60 pies y casco de aluminio (originalmente, había sido diseñado como barco de regatas para correr la famosa BOC Challenger Race de 1986, y desde 1994 navega a la Antártida todos los veranos australes).
Me puse en contacto con ellos y el tema principal para arreglar el viaje fue, por supuesto, conseguir un descuento. Si bien podía llegar a conseguir la plata, para nosotros actualmente es una fortuna. Todos los clientes habituales del barco son gringos, norteamericanos y europeos en su mayoría, y tienen menos problemas con el dinero. Son clientes interesados sobre todo en las aves, y también en el resto de la fantástica fauna antártica.»
El gran escritor, naturalista y monje budista Peter Matthiessen, viajó dos veces a la Antártida y en su libro El Fin de la Tierra cuenta fascinantes historias sobre los albatros. Por ejemplo, sobre el albatros errante (Diomedea exulans), un enorme pájaro que tiene una envergadura de casi cuatro metros con las alas desplegadas, la mayor del mundo entre las aves marinas. Impulsado por el viento, la perfección de la evolución natural en sus alas le permite volar casi sin moverlas, planeando sobre las olas por cientos de kilómetros. En esos viajes, Matthiessen también estaba particularmente interesado en la realeza de los pingüinos: el Pingüino Rey, que encontró en las Orcadas del Sur.
«Finalmente me decidí y subí a bordo del Spirit of Sydney. Me puse a averiguar sobre el mar en el Pasaje de Drake y la verdad es que daba cosa. Podés tener un buen pronóstico para el comienzo de la navegación pero después, tenés que estar dispuesto a bancarte lo que venga, siempre algo te va a agarrar en el camino. Yo tengo la suerte de no marearme cuando el barco se mueve mucho. La cuestión fue que, efectivamente, nos encontramos con un viento que llegó a soplar a 45 nudos y olas de 4 y 5 metros, o tal vez más. Era difícil calcularlo.
Nos resultaba complicado mantener el rumbo y, en un momento, una mala maniobra de un tripulante nos dejó proa al viento. Una vela llamada genoa se rompió y no sirvió más. El pobre capitán, un polaco llamado Wojciech «Voy» Madej tuvo que subirse al mástil (que se balanceaba mucho) para atar la vela y que no se siguiera desgarrando. Yo ayudé a izarlo y, solucionado el problema, seguimos hacia el Sur solo con la vela mayor y una pequeña vela de proa llamada foque.
El viento bajó a unos 25 nudos y en cuatro días y medio llegamos a la isla Decepción. El primer punto de la Antártida en nuestro viaje.»
Isla Decepción
Tiene todos los elementos para ser la isla misteriosa de una novela de aventuras. Es única en el mundo porque, en realidad, es la cima de un volcán. Tiene forma de anillo o, mejor dicho, de herradura, y por un fantástico y estrecho pasaje de 150 metros de ancho llamado Fuelles de Neptuno, se accede al interior de un cráter inundado. El volcán está todavía activo y tuvo erupciones recientes en la década del ‘70. La Isla Decepción pertenece al archipiélago de las Shetland del Sur.
«Entramos a la caldera inundada del interior y nos amarramos a la encallada estructura de un viejo buque factoría. Pero en un momento llegó un velero francés más grande y decidimos hacerle un favor cediéndole nuestro lugar. Ellos se amarraron al buque, y nosotros a ellos. Ese favor nos valió un reconocimiento por su parte y una retribución que salvó nuestro viaje. Nuestro desalinizador estaba andando mal y producía poca agua. Entonces nuestros nuevos amigos nos pasaron de sus tanques una cantidad que nos permitió tener reservas para completar el viaje y volver a Ushuaia.
Un pequeño incidente ocasionó mi primera navegación en kayak (en solitario), remando en el interior de Decepción. Por un descuido, el gomón de nuestro velero quedó mal atado y el viento y la corriente se lo llevaron. Tuve que salir al rescate y lo traje de vuelta a remolque. Ahí todos se dieron cuenta que remaba bien en kayak, y después de eso me convertí en una especie de guía e instructor para el resto de la tripulación.»
El gomón rescatado les sirvió a los navegantes del Spirit of Sydney para visitar la Bahía de los Balleneros. Está al Norte de la entrada al cráter y allí están las ruinas fantasmales de la estación ballenera Mekla, abandonada en 1933. Azotados por el viento y envueltos a veces por el humo de las fumarolas del volcán, hay barracones, depósitos de aceite oxidados, esqueletos de ballenas y restos de botes.
La Península Antártica
El recorrido del velero antártico australiano se extendió unas 120 millas náuticas para llegar al Noroeste de la Península Antártica. «Terminamos pasando unos 14 días en la Antártida, de los cuales cuatro remé con el kayak. A veces solo, y cuando pasábamos por un tramo de la Península con aguas bien calmas, sin oleaje, armaba dos grupos de tres para llevarlos a navegar y enseñarles lo básico sobre el control de los kayaks.
Una cosa que me llamó la atención fue la transparencia del agua. En los glaciares de la Patagonia el agua es lechosa, con sedimento y no se ve el fondo. En la Antártida sí se ve y la parte sumergida de los icebergs se veía de un color celeste brillante; un espectáculo hermoso.
Los últimos puntos que tocamos en el viaje antes de volver a Ushuaia fueron Bahía Paraíso y Puerto Lockroy.
Bahía Paraíso o Puerto Paraíso es un puerto natural de la llamada Costa Danko. Pasamos por la base Presidente Gabriel González, donde funciona la Capitanía de Puerto, administrada por la Armada Chilena, donde estudiamos las condiciones meteorológicas que nos esperaban para la navegación de regreso en el Spirit of Sydney.
Puerto Lockroy o Base A (A Station, en inglés) es un puerto natural del islote Goudier, que está en el Archipiélago Palmer, frente a la Península Antártica. Desde 1996 es un museo, abierto en el verano austral.
Allí nos encontramos con La Dacha, el mega-yate de lujo de Oleg Tinkov, un millonario banquero ruso. Tiene 77 metros de eslora y es el primero del mundo en su tipo que es rompehielos. Puede romper un espesor de hasta 40 centímetros. Decían que estaba varado en Ushuaia porque había perdido un ancla, pero estuvo con nosotros en Puerto Lockroy.
¿Cómo sigue mi historia con la Antártida? Para volver en velero, no sé… El Pasaje de Drake es muy duro. Encontré una empresa española, Expediciones Alegría Marineros, que tiene veleros más grandes como El Doblón, una goleta (tienen 2 mástiles) de 88 pies. Tendría que armar una tripulación argentina, de gente conocida y mucha experiencia marinera en alta mar. Sino, me busco un crucero, o podría pedirle al amigo Oleg que me invite a La Dacha. Ahora que lo pienso… ¡Es una buena idea!» ✪