A minutos del Obelisco, la Reserva Ecológica Costanera Sur constituye el mayor reservorio de biodiversidad de la Ciudad de Buenos Aires, refugio de unas 350 especies de aves de las mil que habitan los cielos del país. Aves Argentinas organiza visitas guiadas gratuitas por sus arbolados senderos, con una propuesta provocadora en tiempos de Instagram: parar la pelota, apagar el celu y dedicar toda una mañana a caminar por la naturaleza y escuchar.
Escribe Xime Pascutti. Saca fotos Guille Gallishaw
Desde el cielo, la Reserva Ecológica Costanera Sur se ve como un manchón verde atrapado entre el Río de la Plata y la mole que se ha vuelto Buenos Aires. Se extiende frente a Puerto Madero sobre 350 hectáreas de tierras ganadas al río a fines de los 70, cuando el último gobierno militar pretendía instalar ahí la administración de la ciudad. Desactivado el proyecto con la democracia, la vegetación silvestre libró su propia batalla entre los escombros y venció poéticamente. Las inundaciones frecuentes y los camalotales colaboraron para que, en pocos años, la Naturaleza aflorara con asombrosa diversidad: a cuadras de Plaza de Mayo, fueron surgiendo lagunas, bañados, bosques y matorrales. En 1986, las organizaciones Vida Silvestre Argentina, Aves Argentinas y Amigos de la Tierra le propusieron a la Municipalidad de Buenos Aires la creación de la Reserva Ecológica Costanera Sur, algo que se concretó ese mismo año. En 2005 fue declarada Sitio Ramsar (un humedal de relevancia internacional) y Área Importante para la Conservación de las Aves por Bird Life International.
Hoy este gran manto de Naturaleza constituye el principal refugio de biodiversidad de la Ciudad de Buenos Aires y se ha vuelto el mejor escenario para descubrir, en vivo, el maravilloso mundo de las aves. Entre vegetación nativa y danzas de mariposas, en esta reserva conviven 350 especies de las 1000 que surcan los cielos del país. Según el proyecto de Biocorredores Urbanos de la Universidad de Belgrano, el pulmón verde porteño alberga una diversidad ornitológica semejante a áreas protegidas de la región diez veces más grandes.
Desde los comienzos de la reserva, Aves Argentinas organiza salidas gratuitas y abiertas a la comunidad para divulgar el gusto por escuchar aves y observarlas. Las visitas duran hasta el mediodía y transcurren por senderos peatonales y recientes pasarelas interpretativas, que permiten recorridos más seguros y atractivos para las infancias y personas con movilidad reducida. Con Guille Gallishaw nos sumamos a una de estas caminatas a fines de marzo, después de un temporal de una semana que había deparado una invasión de mosquitos Aedes albifasciatus. Como no eran los bichos del dengue, fue cuestión de embadurnarse en Off y gozar. El sol había vuelto a salir. A las 8.40 de la mañana de un sábado, en la puerta Viamonte de la Reserva éramos 32 seres despabilados predispuestos a pasear.
Te invito a jugar
Marisa es voluntaria del Centro de Observación de Aves Costanera Sur desde 1998 y guía desde 2019. Gran anfitriona, lleva la batuta del recorrido asegurando cosas sorprendentes como que los pájaros nunca duermen. Está jubilada y se mudó a Benavídez hace cinco años para despertarse con el canto de los chingos. La secundan Lili y Virginia, dos compañeras del voluntariado que también saben un montón. Marisa dice que la observación de aves es un gran juego para sacudirse vergüenzas adultas:
Venimos acá para volver a ser niños curiosos. Ninguna pregunta es tonta. ¡Nos encanta contestar!”.
Lili refuerza a su colega contando algo lindo de su mambo personal: “Empecé a ver pájaros en 1997 y siento que es un mundo apasionante de aprendizajes que nunca se terminan”. Virginia se repasa el repelente y tira una auténtica provocación en tiempos de Instagram: “Salimos a buscar pájaros que casi no vamos a ver. Los vamos a escuchar”.
Aunque el día se despereza, avanzar sin hacer ruido por el Camino de los Lagartos es imposible. Corredores y gente pedaleando nos pasan rasantes , y nuestro grupo se desparrama mateando y fotografiando como un puñado de arroz. En algún momento asumimos que cualquiera puede llevarse puesto un ciclista y espontáneamente nos turnamos para mirar atrás y gritar “¡Cuidado!”, como si viniera una horda-the-walking-dead. Marisa nos arrea con gracia mostrando un talento notable para llevar varias conversaciones paralelas, mientras para la oreja para escuchar. Cuenta que en verano se ven golondrinas y tijeretas y que es fácil sentir al chiví real (Vireo chivi) porque se deschava cantando: ¡Chiví-chiví-chiví! Marisa está en plena imitación del pájaro cuando detiene toda esa energía de golpe y señala hacia arriba: “¡Miren acá! En la rama del paraíso, donde da el sol… Hay un pájaro carpintero chiquitito picoteando. ¿Todos lo ven? Lo venía escuchando mientras hablaba y no lo encontraba. Este es un carpintero bataraz, de los pequeñitos. Un macho, porque tiene rojo en la nuca”, se maravilla.
Valeria, visitante, escucha y tira fotos con el celular. Días atrás participó acá de una charla sobre plantas nativas y quedó enganchada: “Fue buenísima, y los chicos que organizaban nos pasaron una app colaborativa, I-Naturalist, donde subís fotos de plantas o pájaros que no conocés, y alguien de esa comunidad siempre te responde para tirarte info -describe-. Tenés que poner dónde la tomaste para aportar tu gramo de arena a toda esa referencia. Yo subí foto de una mariposa de acá. Es mejor que cualquier app porque atrás hay seres humanos interesados. Muy guay”.
Hacia el infinito y más allá
El benteveo rayado (Myiodynastes maculatus), un pajarito que veremos esta mañana varias veces, es considerado nativo de la Argentina porque llega en verano para nidificar en el Norte del país, San Juan, La Rioja y San Luis, CABA, Noreste bonaerense y La Pampa. Cuando termina la temporada reproductiva, vuelve al norte de Sudamérica, a Colombia sobre todo, para evitar los climas fríos y la ausencia de alimento en el extremo Sur del continente. “Muchas de las aves del mundo son migratorias de nuestro país. Y un 30% de las 1.000 que habitan la Argentina tiene una ecología migratoria”, precisa Juan José Bonanno, Director de Desarrollo Institucional de Aves Argentinas. “La migración es una acción que involucra a una población entera. Puede pasar que algún individuo se quede, porque está enfermo o no se alimentó lo suficiente, pero el resto de la especie migrará”, aclara. “Muchas de estas aves comparten rutas de viaje aunque no sean de la misma especie, como el benteveo rayado, la tijereta y el churrinche.”
Pero para Juan José, las más espectaculares de todas las aves migratorias argentinas son las playeras, como el ostrero, el playerito y el pitotoy. Muchas emprenden travesías desde la zona de Río Grande, en Tierra del Fuego, hasta la tundra de Alaska: “La necesidad de prepararse para semejante viaje provoca en ellas una brutal transformación anatómica y fisiológica. Para volar ligeras, durante la migración achican sus intestinos hasta volverlos casi apéndices; y estos recuperan su tamaño y funcionamiento normal recién cuando están por llegar. Primero tienen que comer casi papillas de bichitos blanditos y finalmente crustáceos para recuperar su fisonomía habitual”.
El lenguaje de las aves
Nuestra marcha sigue y el grupo está enfrascado en inspeccionar copas de árboles y flores que quedan del verano. Juan José señala hacia un arbusto de tipa que acabamos de pasar: hay parado un tordo músico (Agelaioides badius), pajarito gris amarronado de alas rojizas, bastante común en la Argentina, al igual que sus parientes el tordo renegrido y el pico corto. Nidifican en bosques y matorrales, plantaciones y parques urbanos como la Costanera Sur. “Son aves nuestras estables, que no migran, muy sociables y hasta un poco descaradas -dice Marisa-. Las vemos seguido en las plazas y, si te ven comiendo, se acercan a ver si les das. Los tordos músicos son muy lindos y cantarines. Cuando los escuchamos a todos juntos, parecen una filarmónica ensayando.”
Sobre una pasarela, ella pregunta si escuchamos un canto singular… Anda revoloteando un pájaro diminuto llamado junquero, figurita difícil del avistaje que siempre merodea por donde hay agua: “Lo van a reconocer porque hace un ruido mecánico entre los juncos. Es de la familia de los horneros y realmente muy difícil de ver”.
¿Qué tipos de sonidos emiten las aves y para qué los usan? ¿Existe algo como un “esperanto” que les permita a todas comprenderse? ¿Tienen, como los gatos, una manera personal de comunicarse y otra con la bendita humanidad? ¿Nos hablan?
“Sabemos con certeza que se comunican al menos a nivel intraespecífico, o sea, entre individuos de la misma especie: se cortejan, se avisan peligros –explica Juan José-. También sabemos que muchas veces se comunican de manera comunal: hay una lechucita que se llama caburé, que tiene un canto particular, repetitivo, y es una de las pocas especies de ave que se come a otras aves… Por eso, cuando el caburé canta, despierta en otras especies un gran nerviosismo, como si comprendieran el peligro. Ese tipo de cosas nos dan la pauta de que alguna comunicación entre especies existe.”
El lenguaje humano
Jennifer vive en Caballito y se sumó a la caminata con una amiga: “Me pareció lindo compartirlo y, además, nunca había hecho un avistaje”, se sorprende. “Mi abuelo Juan Carlos rescataba pájaros del campo y los curaba. Tenía una mano mágica terrible. Yo sigo sus enseñanzas y rehabilito torcazas lastimadas”, se enorgullece. Marchan también con el grupo Julián (14) y su papá, Javier. El chico cursa tercer año en el secundario de la Facultad de Agronomía de la UBA. “Con mi papá nos interesamos por las aves desde hace mucho: me lo propuso él para que compartiéramos una actividad. No somos muy organizados pero aprendemos bastante. Es la primera vez que hago un avistaje grupal. Después quiero estudiar biología o psicología, me gustaría algo que las combine”.
Juan José Bonnano dice que son gratificantes las devoluciones de quienes participan en actividades de observación de aves: “A veces pueden darse experiencias emocionales profundas. También tenemos ese tipo de comentarios y nos hacen muy bien, porque ayudamos a otros a superar temas personales de una manera insospechada y casi sin hacer nada”, sonríe. “El avistaje tiene mucho para dar. En la Argentina estamos lejos de desarrollarlo como otros países; y no me refiero solo a lo turístico, sino al plano de los hobbies, para descomprimir el ritmo de vida malsano que tenemos en las ciudades. Como institución, en Aves Argentinas trabajamos mucho en la difusión del avistaje de aves, que esperamos que en algún momento se vuelva política de Estado y se popularice.”
Coordenadas de avistaje
Las salidas de observación de Aves Argentinas por la Reserva Ecológica Costanera Sur se hacen el tercer sábado de cada mes a partir de las 8.45 am. Son abiertas, gratuitas y cuentan con el acompañamiento de guías especializadas. Se suspende por lluvias. Están destinadas a principiantes y también gente aficionada. Para anotarse hay que escribir a voluntarioseducacion@avesargentinas.org.ar consignando nombre, apellido y DNI. La inscripción se cierra el jueves anterior a cada salida a las 17.00.
Aves Argentinas cuenta, además, con un centenar de Clubes de Observadores de Aves (COAs) distribuidos por todo el país y, de hecho, uno de ellos funciona en Costanera. “Un COA es simplemente un grupo de gente que se junta a ver aves y hacer actividades en la Naturaleza. Están distribuidos a nivel nacional, por lo que siempre hay alguno cerca. Pero en caso de que no exista, alguien con ganas también puede fundar un COA”, aclara Virgina, voluntaria de la ong. “Como guías de aves buscamos que la gente conozca los ambientes y sus especies, y aprenda qué es un corredor biológico y porqué es importante conservarlo para las aves. También nos encanta divulgar curiosidades sobre las plantas y mariposas de Buenos Aires”, agrega su compañera Liliana.