Antes de que termine el 2021, viajamos al Parque Nacional Copo, uno de los pocos lugares de monte chaqueño que se salvó de la masiva deforestación. Hubo barro, encuentro fallido con una viuda negra, charlas sobre cómo proteger el monte y una sorpresa en una cámara trampa.
Escribe y saca fotos Guille Gallishaw
Le dicen El Impenetrable y hay quienes creen que se debe a que el monte es tan cerrado que no es posible avanzar. Pero no. Le dicen El Impenetrable porque tal vez puedas entrar y caminar un poco, pero lo que no te va a dejar explorarlo es la falta de agua. Le dicen quebracho porque los primeros hacheros, cuando querían derribarlo, su madera tan dura les quebraba el hacha. Le dicen el tigre porque su aspecto es similar al del félido más grande del mundo –Panthera tigris-, aunque en realidad sea el yaguareté (Panthera onca) el mayor félido de América. Dicen que el Chaco es una región no muy agradable para los turistas. De las cuatro veces que viajé allí, en todas sufrí una incomodidad, y también una extraña atracción y fascinación. Una vez, estando en el Parque Nacional El Impenetrable (provincia de Chaco), iba a hacer pis y era de noche. “Llevate la linterna, que acá el puma no es peligroso, pero sí las arañas o alguna víbora”, me dijo un baqueano. En el Impenetrable (chaqueño o santiagueño) no se puede mear tranquilo. Además, por más precauciones que tomes, las garrapatas se las ingenian para subir por tu cuerpo. En ese viaje conocí a Rogelio Soraire, nacido y criado en el monte chaqueño. Su humor, su picardía, su solidaridad y su hospitalidad nos atrapó, a mí y a mis compañeros de viaje. También nos gustó mucho la miel que hace. En otro viaje conocí a Serafina, una MEMA (Maestra Especial de la Modalidad Aborigen) de la comunidad Wichí de Ingeniero Juárez. Hablaba casi susurrando, con largas pausas. Me sentí frente a una mujer sabia, de esas a las que la gente va a pedirle un consejo de vida.
A los lugares y a las personas hay que darles tiempo. O, mejor dicho, tenés que darte tiempo. La paciencia y la escucha son el puente para el encuentro.
Veinte años después
El Parque Nacional Copo protege 118.119 hectáreas (el equivalente a casi seis veces las Ciudad de Buenos Aires) de monte que pertenecen a la eco región conocida como El Gran Chaco, y también es conocido como el impenetrable santiagueño. La primera vez que escuché hablar sobre Copo fue a principios de los dos mil. Estábamos en la redacción de revista Aventura y el fotógrafo Andrés Pérez Moreno vino con la propuesta de hacer una nota de un Parque nuevo en Santiago del Estero. Copo y Santiago del Estero me hicieron parar las antenas. Copo no sé bien por qué (tal vez por lo desconocido o raro del nombre), pero Santiago del Estero porque había escuchado muchas historias contadas por mi papá que, en la década del ’70, tuvo un campo en Añatuya. Papá hablaba del calor y de las siestas debajo de un auto que, a su vez, estaba debajo de un árbol.
Casi veinte años después de la nota de Pérez Moreno, las cosas se acomodaron para que aquel misterio o intriga se resolvieran: el 15 de noviembre de 2021 entraba al Parque Nacional Copo, por un camino barroso, gredoso. Un día antes había caído la primera lluvia de la temporada y yo intentaba que la camioneta no se fuera a la banquina.
“Acá, la temporada de lluvias arranca en noviembre y dura hasta marzo”, me decía Verónica Quiroga. “Y cuando llueve, los caminos se ponen muy difíciles, ya lo estás viendo. Vos tratá de no salirte de la huella, porque si nos vamos a la banquina no nos saca nadie.”
La lluvia en el Chaco Seco es muy esperada ya que no hay ríos. Es una bendición que puede venir en forma de aguaceros y los pobladores se las arreglan para acumularla. Los ayudará a sobrevivir durante los meses de sequía. Hay años en que las primeras lluvias llegan en diciembre y en febrero cesan. Si eso pasa, todo se pondrá difícil. Acá el agua es sagrada.
Verónica Quiroga es bióloga e hizo su doctorado investigando al yaguareté en el Gran Chaco, una región geográfica que en Argentina se encuentra en el Norte de Córdoba, en Santiago del Estero, en Chaco, en Formosa y una parte de Salta (también en Bolivia, Paraguay y una parte del Sur de Brasil). Verónica centró sus estudios en esta región para averiguar en qué estado se encuentra la población del felino más grande de América. El resultado: pésimo.
Para entrar a esta área protegida hay que hacerlo desde la localidad de Pampa de los Guanacos, en el extremo Noreste de Santiago del Estero. Desde allí sale un camino hacia el Norte por el que se accede a las Seccionales El Aibal y El Guayacán. Por el diluvio que había caído el día anterior, el monte estaba reverdecido, estrenando flores y hojas. En un momento nos cruzamos con dos ornitólogos que venían del Parque. “Está fiero. Es un tramo de cinco kilómetros donde el barro está negro y se complica. Después sigue barroso, pero pasás bien.” Y tenían razón, pero así son las cosas. Entrar al barro es como entrar al amor: si pretendés entrar y no quedarte, tus expectativas están equivocadas. Hay que meterse y disfrutarlo; y si te quedás, no te preocupes: de alguna forma vas a salir. Nosotros nos divertimos, peludeamos un poco y llegamos a la Seccional El Guayacán al mediodía. Éramos Vero Quiroga, mi compañero de viaje Luis Carducci y Mario, uno de los guardaparques de apoyo.
«Ojo con la viuda negra»
En el escudo del Parque Nacional Copo pusieron al chancho quimilero (Parachoerus wagneri), un pariente cercano del pecarí (chancho de monte), aunque este es más grande, más cabezón. Entre su dieta se encuentran las pencas del quimil, un majestuoso cactus con forma de árbol. “Queda muy poco. De hecho, no hay fotos en cámaras trampa. Sí hay quienes lo han visto y alguno le sacó fotos. Es una especie endémica de esta región, pero está en peligro de extinción”, me explica Verónica mientras armamos una picada debajo de un techo de la Seccional El Guayacán, que lleva el nombre por una especie de árbol de la zona. También hay una cocina con comedor, y dos alas con camas cucheta y baños. Esa noche, cuando nos estábamos por ir a dormir, Vero le recomendó a Luis: “Antes de acostarte, sacá el colchón y fíjate que no haya una viuda negra por ahí”. ¡What! Yo creo que Vero lo dijo medio en chiste, medio en serio, casi por precaución. Por lo que leí, el hábitat de la viuda negra (Latrodectus mactans) es cerca de la tierra, busca sitios abrigados y oscuros. Su nombre se debe a que la hembra suele comerse al macho después de aparearse. No son agresivas y no tienen el instinto de morder, pero si llegas a rozarla y se siente en peligro, la cosa se puede poner fea. No te vas a morir, pero probablemente tengas dolor abdominal, espasmos musculares en el abdomen e hipertensión. Y, atentos, en los varones mordidos se han detectado casos de priapismo (googleen). En este viaje, nadie fue mordido por una viuda negra, aunque estimo que sí por algunas garrapatas.
Toda esta región del Gran Chaco fue salvajemente depredada desde fines del Siglo XIX. Primero para la extracción de madera (quebracho, principalmente), y luego para ampliar la frontera agrícola y ganadera. Eso afecta no sólo a las especies animales que perdieron su hábitat, sino también a los servicios ecosistémicos que nos brindaba a los humanos. “Hoy, el principal problema es que se sigue talando el monte, principalmente para ganadería -advierte Verónica -. A veces, los que vivimos en las ciudades nos desligamos de estos problemas, pero la realidad es que lo que consumimos en las ciudades viene de algún monte que fue talado. No sólo la madera, sino también la carne y algunos tipos de verdura. Entonces, una posible solución es usar el monte, pero de forma sustentable. Fomentar el ecoturismo, el consumo de productos autóctonos como la miel o las plantas medicinales… Es un sistema que, por ejemplo en Esteros del Iberá, funcionó. No es fácil, y no es a corto plazo, pero funciona. Actualmente se está aplicando en la zona del Parque Nacional El Impenetrable y ojalá pronto suceda acá
Una cámara trampa
A esta zona se la conoce como de dos quebrachos, ya que hay colorado y blanco. Pero este monte también incluye a un árbol poco conocido: el guayacán, que es de madera dura, medio desgarbado, con hoja caducifolia, y cuya madera se usa -en algunas ocasiones- para reemplazar al ébano. Esa primera tarde, cuando el sol bajó un poco, salimos a caminar el monte. Vero quería poner algunas cámaras trampa (tienen un detector de movimiento, entonces, cuando pasa un animal, saca fotos o graba videos). “En una de esas, aparece un yaguareté”, dijo y soltó una carcajada. En los casi veinte años que ella estudia a la especie, jamás apareció en una foto . ¿Eso quiere decir que está extinto? Pues no. Han visto huellas y encontrado fecas (que analizan con ADN). También suelen aparecer testimonios de pobladores que aseguran haberlo visto. Entonces, la especie está, pero quedan poquísimos. “Ecológicamente, está extinta, porque al quedar tan pocos, no cumple su función en el ecosistema, que es la de ser el predador tope”, explicaba Quiroga. “Pero capaz aparece un quimilero”, y largó otra carcajada porque esa especie de chancho tampoco fue registrada en una cámara trampa.
Dos días después fuimos a sacar las cámaras y volvimos al campamento. Vero se puso a ver las imágenes y, oh sorpresa, apareció una hembra de quimilero con sus crías. La bióloga saltaba entre feliz e incrédula.
Cosas importantes si van a viajar a Copo:
✔️ No lo hagan en verano. El resto del año, el clima es un diez.
✔️ Dentro del Parque no hay servicios, con lo cual, tenés que llevarte la comida y el agua. En los tres portales que tiene el Parque es posible acampar o, en el caso del Guayacán, dormir en las instalaciones.
✔️ Siempre hay que dar aviso en la Intendencia del Parque, en Pampa de los Guanacos. Hablando de Pampa, hay un par de lugares para dormir. Son sencillos y con escasos servicios. Es una zona que aún no recibe turismo. Pero para pasar la noche están bien.
Más arriba les contaba que esta fue mi primera vez en esta área protegida. Es salvaje, con una vegetación exuberante y áspera. Y, a su vez, sumamente atractiva y excitante, ya que todo el tiempo te mantiene con la expectativa de ver fauna, de escuchar a un loro hablador, de avistar un águila coronada. Pero, también, de que algún poblador te cuente alguna historia. Por eso, viajeras y viajeros de este universo ochentamundístico, dénse la oportunidad de enamorarse de Copo, de embarrarse, de ejercitar la paciencia y la escucha. Y, si tienen suerte, tal vez puedan ver un simpático chancho quimilero, o un majestuoso yaguareté. Ojalá. ✪