Reserva Natural Urbana: agenden este nombre para cuando vayan a San Martín de los Andes. Está a apenas siete kilómetros del centro y es un espacio precioso para conocer y poder ver una gran cantidad de aves. La visitamos hace unos días y nos encantó.
Escribe y saca fotos Guille Gallishaw
Una emoción visual me explota cada vez que llego a San Martín de los Andes. Después de haber atravesado la estepa, el último tramo antes de Junín de los Andes me genera una mezcla de ansiedad y goce visual que me cuesta describir. Ceci me había pasado una playlist de músicos rosarinos, y cuando veo aparecer al Lanín tan sobresaliente entre este paisaje ondulado, suena Los Besos y no sé qué hacer: si frenar, parar un rato a contemplar, o seguir, seguir, seguir, porque quiero llegar. Ruta, paisajes y música son de mis combinaciones preferidas. Dudo un momento, pero sigo. Paso por Junín y ya sé que me quedan apenas 45 kilómetros hasta San Martín. Pero hay algo que no sé aún: cuando avanzo por la ruta 40 y ya veo varios carteles de bienvenida a San Martín de los Andes, paso por un rincón oculto. No me detengo porque no sé que existe. Pero existe. Y lo voy a descubrir un día después.
Un día después
La Reserva Natural Urbana Cotesma está escondida a apenas 7 kilómetros del centro, en el barrio Vega San Martín, sobre la ruta 40. Si bien hay un cartel, la mayoría de los visitantes no le presta atención (incluido quien escribe). “Es un humedal, con mallines y lagunas de una gran importancia ecosistémica”, es lo primero que me dice Florencia Mancini, mientras charlamos en un mirador dentro de la Reserva. La escucho con atención, pero en un momento me desconcentro porque veo patos overos en una laguna de aguas transparentes. Hay mucho junco y, a cada rato, salen disparadas bandadas de mistos. “Sí, estamos viendo mistos, pero también hay junqueros, siete colores… hasta hoy, tenemos 120 especies de aves”, me aclara Florencia. Les cuento de Flor. La conocí por amigos en común, después nos conectamos por redes y a través de ella supe de la existencia de la Reserva. Ella es bióloga y, durante la cuarentena, me sumé a una charla que dio acerca de plantas nativas patagónicas de uso ornamental. Me llamaba la atención que Flor subía fotos de esta Reserva. Vengo a San Martín de los Andes desde hace 20 años y jamás había escuchado sobre este lugar. Así que ahora quería sacarme las ganas.
Urbanismo y Naturaleza es la que va
Las reservas naturales urbanas existen desde hace varias décadas, pero cobraron importancia durante los últimos años. Además de cumplir funciones ambientales, son clave para involucrar a la sociedad. La mayoría de ellas intenta abrirse hacia sus habitantes, principalmente a través de las escuelas. Es una forma muy efectiva de comunicar porque los niños suelen ser sensibles a las problemáticas ambientales, claramente mucho más que los adultos. De hecho, la hija de mi amiga Julieta vino a la Reserva a través de su escuela. Cuando le conté a Mora que venía, me dijo: “Ah sí, es muy linda, hay muchas aves. Fui con el cole”.
“Es un espacio de 38 hectáreas que incluye un sistema de lagunas, que se alimentan del agua que baja de las laderas. Es parte de un ecosistema de 750 hectáreas que formar una gran humedal, y cumple una función de regulación hídrica muy importante porque regula el agua, que va drenando o filtrando por la cuenca.”
Con Florencia pasamos toda la mañana caminando por los senderos: el recorrido es corto, pero como pasan cosas todo el tiempo, fuimos parando cada dos por tres. Hay juncales, lagunas, pastos nativos que se mezclan con los exóticos, muchas aves y tres miradores de altura. Me gustó tanto que volví al atardecer para sacar fotos.
Estas tierras son propiedad de COTESMA, que es la Cooperativa Telefónica de San Martín de los Andes. Florencia trabaja en la Asociación Civil Conservación Patagónica (que funciona desde 2005 con fines educativos y de investigación), y a través de esta ONG es que le hicieron la propuesta a COTESMA para crear la Reserva. “Ya teníamos experiencia de traer chicos y chicas a este lugar para ver aves. Cuando les presentamos el proyecto a COTESMA, pensamos que no sólo había un potencial a nivel turístico, sino también educativo.”
El convenio con COTESMA lo firmaron en 2013 y, desde entonces, se generó una colaboración recíproca, consiguieron fondos para alambrar, poner cartelería y demases. Pero, además, los y las guías de la Reserva van a las escuelas a dar charlas educativas para, luego, llevarlos a recorrer la Reserva, como sucedió con Mora, la hija de mi amiga Julieta.
Un laboratorio a cielo abierto, me dijo
Mientras estábamos de charla, cayeron dos biólogas. Le preguntaron a Florencia por una planta específica. A la conversa se sumaron Karina, que es una de las guías de la Reserva, y Dana, otra bióloga. Me sentí en un partido de tenis, mirando cómo la pelotita pasaba de un lado a otro. Hablaban con pasión e interés acerca de una planta específica. Más tarde le pregunté a Flor si eso era habitual.
“El lugar también tuvo un crecimiento como centro para el trabajo interinstitucional. Hay varias instituciones que no sólo colaboran con la Reserva sino que, además, realizan distintas actividades acá. Tenemos buena relación con el municipio, que colaboró con materiales; también con Parques Nacionales, con quienes hicimos trabajos de control de visón, que es una especie exótica invasora; con el CEAN, que es el Centro de Ecología Aplicada del Neuquén; también con el INTA… Y las escuelas, tanto de nivel inicial, como secundario y terciario, que han venido a la Reserva a hacer trabajos educativos. Porque, como decimos nosotros, esto es un laboratorio a cielo abierto.”
Florencia me cuenta todo esto, con tantas ganas, que percibo que ella y sus compañeras y compañeros tienen un compromiso emocional con el proyecto que trasciende a la reserva.
A última hora de la tarde, vuelvo a hacer fotos de aves y me acompaña mi amiga Juju (bueno, ¡la mamá de Mora!). Caminamos hasta el fondo del predio y nos metemos en una especie de refugio elevado desde el que se tiene una vista privilegiada de una de las lagunas. Veo algún tero real, rodeado de bandurrias. Del otro lado, las bandadas de mistos juveniles están hiper activos, saltando de junco en junco. Por un ratito, me olvido de todo, mirando, escuchando, sintiendo una suavísima brisa patagónica que atraviesa el valle. Ya tengo un nuevo lugar al que volver. ✪
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