En un lugar por encima de los 4000 metros de altura, con un clima extremo y una geografía hiper árida, la vida es un milagro. Nosotros nos encontramos con vida, allí donde se supone que no la hay.
Escribe Juan Martín Roldán. Saca fotos Guille Gallishaw
Al pensar en un ambiente no apto para la vida, seguramente todos se imaginarán un lugar que practicamente no posea agua, que tenga temperaturas extremos y que su aire no sea el mejor para respirar. Esa es la descripción más perfecta de la puna.
De los diferentes sectores puneños que recorrimos, el que va de San Antonio de los Cobres hasta el perdido poblado de Tolar Grande por las rutas provinciales 129 y 27 fue, sin dudas, uno de los más impresionantes. Al llegar, nos sorprendieron los Ojos de Mar, un conjunto de de pozos de agua en el medio de un salar, en el que fueron descubiertos recientemente estromatolitos, microbios que están en la Tierra desde su mismo surgimiento, hace 3500 millones de años.
Quedamos fascinados. Por la increíble aridez, terriblemente bella y desconcertante, por la inmensidad, por los colores, por las texturas, por esas vicuñas y suris (los ñandúes del Noroeste) que desafían las durísimas condiciones del lugar… Pero, sobre todo, por esa gente que se atreve a refutar la lógica y sigue viviendo como sus antepasados, en esa tierra inhóspita apenas salpicada por algún arroyito que baja de las altas cumbres, sin más plantas que unos pocos pastos y arbustos bajos, y en la que en invierno, todo se congela, y en verano, a plena luz del día, los pocos pájaros que hay se esconden bajo los arbustos. ✪