El último texto que escribí lo hice en el Aeropuerto de Helsinski, y por una ventana veía la pista congelada y un termómetro que decía -13°C. Ahora estoy sentado en la cocina de mi casa, con vista al jardín y la temperatura es de 31 grados.
Ya casi con melancolía, abro la carpeta de fotos del viaje y me doy cuenta de que la primera foto que saqué fue en el aeropuerto de París, mientras esperábamos las conexiones para ir a Rovaniemi. Se lo ve a Hernán sentado sobre una silla amarilla, con una computadora en la falda; en el fondo, hay una mesita redonda con varias cervezas apiladas de unos viajeros en tránsito que, para ese entonces, ya estarían en un avión rumbo a andá a saber dónde. Una imagen de un tiempo en el que yo me sentía entre excitado y nervioso por lo que vendría: diez días en Finlandia, buscando una aurora boreal.
Conocí a Hernán Chaves Muñoz hace casi diez años. En ese entonces, yo trabajaba como director de revista Aventura y él vino a conocer la redacción. Me había llamado la atención porque me dijo que había visto una revista Aventura mientras estaba de viaje en Moquehue. Y yo pensé: si este chico estuvo en Moquehue (un lugar bellísimo pero muy poco visitado por los viajeros), algo de especial tiene que tener. La cuestión es que ese día iniciamos una relación que, mucho tiempo después, nos terminó acercando para trabajar juntos en Ochentamundos. Tan juntos que ahora nos habíamos propuesto un viaje espectacular: ir a ver una aurora boreal a Finlandia. En la foto que les mencionaba más arriba, Hernán estaba tratando de descular cómo funciona la cámara de realidad virtual que acababa de comprar y con la que grabaríamos parte del viaje.
Digo algo más de Hernán: es raro. Me explico mejor: es una persona diferente a la media. De chico vivió en Colombia con su padre, después se instaló en la zona Oeste del Gran Buenos Aires con su madre, fue atleta, luego estudió publicidad, trabajó con niños en situación de calle en Morón, viajó a Madidi (traten de encontrar ese lugar en el mapa del planeta), se enamoró de una catalana, se fue a vivir a San Andrés de Llavaneras (de donde es la familia de Cristina, su compañera) y hace unas semanas falleció su papá. Bueno, no literalmente su papá, sino el marido de su mamá, pero que él llama papá. Decía que Hernán es raro, y yo también lo soy; creo que por eso nos llevamos bien. Es una persona que permanentemente busca nuevos caminos en su vida y no suele tener una rutina. Ese día en el aeropuerto nos pusimos a charlar acerca de lo que haríamos los días venideros durante el viaje a Finlandia. Abrió su cuaderno de notas y me mostró cosas que había anotado: no era una lista estructurada en forma de oraciones, sino que lo había hecho con palabras, signos y dibujos.
La noche que vimos la aurora boreal más espectacular, estábamos en la costa del Mar de Barents. Había puesto la cámara sobre el trípode y estaba disparando y grabando, cuando me di cuenta de que la mano derecha me dolía por el frío (había -19°C). No veía dónde estaba Hernán, pero le empecé a gritar para que me reemplazara en el cuidado de la cámara. Le pregunté si él estaba bien de temperatura, me dijo que sí y entonces me fui al auto a recuperar algo de calor. El auto estaba encendido (hacíamos eso porque, si lo apagábamos, cuando nos volvíamos a subir era un freezer). Me metí y estaba Cristina. Me preguntó si me sentía bien; le dije lo de mi mano, que quería recuperar calor y que enseguida volvía afuera. «Tené cuidado, que no te das cuenta y se te congela la mano», me advirtió. Cris tiene 28 años y se encargó de la producción de todo el viaje. A esta altura, ya fueron varios los que me preguntaron cómo habíamos organizado todo, porque la logística en un destino así (y en invierno), no es moco de pavo. Bueno, todo lo preparó ella: vuelos, conexiones, alojamientos, visitas, información del destino, dinero, contactos… Un dato no menor es que Cris ya había viajado a la región, y en invierno. Cuando me lo contó, enseguida le pregunté, con asombro, cómo se le había ocurrido. La respuesta fue Titín.
Vi a Titín cuatro veces en mi vida y por períodos cortos de tiempo, y ni siquiera tuve tiempo de sacarle una foto. Pero fue suficiente. Una persona que, cuando te ofrece ayuda, te mira a los ojos y te sostiene la mirada, es porque esa ayuda es realmente sincera. Así me miraba Titín cuando supo que yo me quedaría en Barcelona y me ofrecía su hogar. Titín se llama José Luis y es el papá de Cristina. Como lo vi poco, no sé mucho de él: tiene cerca de cincuenta años, jugó profesionalmente al squash, ama viajar y su prioridad máxima es la familia. Ahora se estaba entrenando para un campeonato de squash (sí, sigue jugando con pasión). Hacía unos días se había creado una cuenta en Instagram sólo para seguir nuestro viaje. Yo lo pude ver cuando caminábamos por Barcelona una tarde, cuando nos llevó y nos buscó en el aeropuerto (las dos veces, en horarios de madrugada), y cuando fuimos a almorzar, un rato antes de que yo volviera a la Argentina. Creo que lo último que me dijo, otra vez buscando mi mirada para asegurarse de hacer contacto visual, fue que cuando volviera a Barcelona con mi novia, contara con su casa para quedarme. «Pero en serio. Te vienes a casa.» Cuando estaba en el aeropuerto esperando para embarcar (esos momentos de hacer nada suelen invadirme de reflexiones), pensaba en Titín y en que los viajes, además de conocer lugares, te presentan personas que, por diferentes razones, completan la experiencia. Creo que volveré con Mariela a Barcelona para conocer mejor la ciudad y aceptaré la oferta de quedarme en casa de Titín.✪