VIAJES

El dueño de casa

Son las diez de la mañana y aún no salió el sol. Estoy en Rovaniemi, en la región de Laponia (Norte de Finlandia), y vine con el objetivo de ver una aurora boreal.

Cuando le contaba a mis amigos sobre este viaje, me decían cosas como: «Pero ¿existe en serio Laponia? Yo pensé que era sólo una marca de helados» (sí, sos vos Méndez), porque en Argentina, en la década del ’80, los helados Laponia eran popularmente conocidos. También estuve en Kamchatka y mis amigos me decían: «¿Posta? ¡China ataca Kamchatka!», por una publicidad también de los ’80 del juego de mesa TEG. Una vez más pienso en la terrible influencia que tienen los medios sobre nosotros; cada vez más le creo a la teoría conspirativa de la aguja hipodérmica, que dice que el mensaje de los medios masivos se mete en nuestras mentes como si fuera una aguja que, casi sin que nos demos cuenta, nos inyecta información que va de forma directa al cerebro.

Bueno, eso, estoy en Laponia, justo en el Círculo Polar Ártico, esa línea imaginaria que estudiábamos en el colegio en la que, durante un día al año, el sol está en el cielo las 24 horas (y, durante un día, directamente no sale). Son los solsticios de verano e invierno que se producen a los 66 33′ 46» Latitud Norte. Ayer fuimos a la Casa de Santa Klaus (sí, fui) y la cajera de la súper tienda de regalos me preguntó de dónde era. Le dije que de Argentina, que es justo en el otro extremo del planeta. «Sí, sí, sé dónde es», me aclaró.

Acá, en la otra punta del planeta, las cosas son bien diferentes. Rovaniemi es una ciudad de 60.000 habitantes (San Miguel, donde vivo yo, tiene cerca de 160.000), súper civilizada a pesar de las complicaciones del clima. En estos días de invierno, las temperaturas rondan los -15C y la ciudad funciona a la perfección. Hay un shopping gigante con un supermercado, estaciones de servicio abiertas las 24 horas, Mc Donalds… El río que la bordea (Kemi) está congelado y el puente que ayer cruzamos, también. Nos hospedamos en la casa de un matrimonio (con dos hijos que están entrando en la adultez). La noche que llegamos eran las 12 de la madrugada; nos esperaba el hombre. No le entendimos el nombre, pero era buena onda. Le dijimos que queríamos salir a cenar y dijo que nos acompañaba. «¡Buenísimo!», pensamos. Fuimos hasta el centro, nos llevó a una pizzería y dijo: «ahora vuelvo». A los cinco minutos estaba de vuelta pero no se lo veía igual. Al principio era un tipo amable, con un inglés muy elemental. Ahora estaba sonriente y expresivo. Nos subimos al auto y le pedí que me guiara para volver a su casa, pero sólo se puso a hacer bromas. Por suerte, tengo buena memoria visual y volvimos bien. En el viaje, me preguntó: «Are you talking to me?», y empezó a reírse. Esos cinco minutos que se ausentó en la pizzería lo habían transformado. Llegamos, se sentó en un sillón mesedor y se quedó dormido al instante. El video que adjunto es del día siguiente, cuando, aparentemente, ya estaba mejor. Bueno, véanlo al señor.


Pasamos el primer día adaptándonos al lugar: menos quince grados, nieve por doquier, frío traicionero y apenas cuatro horas de luz diurna. A las diez de la noche nos fuimos hasta un centro de esquí cercano y logramos ver una aurora boreal: era tenue pero muy clara, bien ubicada sobre la ciudad. Fue raro porque yo esperaba verla desde hace mucho tiempo, pero no logré disfrutarla. Estaba pendiente de la foto, del video, de muchas cosas… Pero siempre me pasa. Ya aprendí de estas sensaciones. Así que si tengo la oportunidad de volver a ver una aurora, creo que lo viviré de otra forma. Ahora mismo es 4 de febrero de 2018; ya dejamos la casa del loquito y vamos en dirección Norte, rumbo a Inari. Son las 16.21 y el sol se ocultó. Escribo desde la ruta E75, con un paisaje escalofriante, de árboles congelados, hielo sobre la ruta y durante una noche aún adolescente. ✪



 

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