Verónica Quiroga es bióloga e hizo su doctorado investigando al yaguareté en la región chaqueña. Fueron casi 20 años con cientos de campañas de campo en una de las zonas más salvajes de Argentina, sin poder registrar ni un solo individuo. Hasta que un día de 2019 sucedió lo imposible. Verónica es una de las protagonistas de la serie documental Historias de la Naturaleza, que se estrenará el 5 de junio.
Escribe y saca fotos Guille Gallishaw.
Hubo un caudillo que se enfrentó a un tigre y lo mató. Cuando la Argentina tenía unos pocos años de vida como Nación, Facundo Quiroga quedó cara a cara con un yaguareté, pero justo a tiempo logró treparse a un algarrobo para evitar ser devorado. Momentos después bajó del árbol y decidió enfrentarlo. Quiroga mató al yaguareté, el felino más grande de América y predador tope de la red trófica. El hecho tiene verosimilitud, pero no así veracidad. Forma parte de la leyenda de Quiroga, que recibió el apodo de El tigre de los llanos. Doscientos años después, la Doctora en Biología Verónica Quiroga está cara a cara con un yaguareté, en la misma región que El tigre de los llanos: en el Gran Chaco. Esta vez hay una cámara que registra el encuentro. Verónica y el tigre se observan durante unos segundos. El bicho cogotea para observarla mejor. Está en posición de alerta, con la pata derecha semiflexionada, lista para impulsarse hacia adelante en un microsegundo. Verónica retrocede. El tigre no. Cuando Facundo Quiroga se enfrentó a aquel tigre, había cerca de 18.000 jaguares en territorio argentino (estimación del periodista Juan Martín Roldán). Ahora que Verónica Quiroga intenta alejarse de este yaguareté, las estimaciones dicen que no quedan más de doscientos en todo el territorio argentino. Verónica Quiroga investiga al yaguareté desde hace 20 años en la región chaqueña y es la primera vez que puede identificar un ejemplar.
Verónica nació el 28 de julio de 1978, en pleno barrio Alberdi, en la Ciudad de Córdoba. “Más cordobesa no puedo ser.” Hizo la primaria en la Escuela Mariano Moreno, y la secundaria en el Normal N2. “Fui de las últimas que disfrutó de esa escuela pública, porque después la demolieron.”
Por ese entonces su papá ya era fotógrafo. Trabajaba en publicidad y, además, hacía muestras de fotografía de Naturaleza. “Los viernes, la juntada era a comer la pizza riquísima que hace mi vieja y a ver las diapositivas de aves que había sacado mi papá. También estaba el mejor amigo de papá, Gabriel Peralta. Y yo de chiquita me aprendía nombres científicos de aves.” Por ese entonces, en plena década del ‘80, su padre armaba audiovisuales sobre conservación de la Naturaleza, que proyectaba en zonas turísticas. Las temáticas eran el cuidado con la basura en lugares turísticos, el fuego, el agua. “Mi tío Gabriel ya formaba parte del CONACO, el Comité Córdoba Conservación de la Naturaleza, de las primeras ONGs de Naturaleza que existieron. Y Gabriel lo llevó a mi viejo.”
Cuando Verónica tenía diez años, ella y su hermano entraron al Zoo de Córdoba. “A esa edad, yo era guarda zoo y ya quería ser etóloga. Quería ser Dian Fossey.” No fue Dian Fossey, pero casi. Se recibió de bióloga e hizo su doctorado investigando al yaguareté en la región del Gran Chaco. Al día de hoy, esa investigación lleva casi 20 años, es decir, casi la mitad de su vida. Se podría decir que Verónica cumplió su sueño. También se podría decir que el resultado de su investigación fue alarmante.
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El 28 de julio de 2017 amanece con un cielo diáfano en el Parque Nacional El Impenetrable, una de las zonas más agrestes de Argentina. Hay seis carpas debajo de un bosque de quebrachos y algarrobos. El cierre de una de las carpas corre por la cremallera y rompe el silencio en el Chaco profundo. Una mujer de veintipocos asoma la cabeza con un cepillo de dientes en la boca. Envuelta en una bolsa de dormir, mira al cielo y susurra Ni una nube. Otro cierre se abre y un joven curva su espalda y da dos pasos hacia afuera. Está en medias e intenta ponerse una campera. Detrás de él asoma alguien con el pelo crecido, ruliento y revuelto. Saludan a la chica con un buen día susurrado. Alguien exagera un bostezo. A la distancia, una bandada de charatas chilla como si fuese el sonido de una sirena de bomberos en mal estado. Alguien ya encendió un fuego y puso a calentar agua para el mate. Se arma la ronda. Es el día número cincuenta y pico de la campaña. Quienes están acá forman parte del equipo que lidera Verónica Quiroga. Buscan alguna señal. Algo que les indique que hay yaguaretés en la región. Hace unas semanas, minaron la zona con cámaras trampa: son aparatos modernos, del tamaño de una radio portátil, que sacan una foto cada vez que detectan un movimiento. Hasta ahora, lo que más aparece en las tarjetas de memoria son alguna tropilla de pecaríes (chancho de monte), algún que otro oso hormiguero, corzuelas… Pero ningún yaguareté.
A unos cincuenta metros del fogón donde ya todos toman mate y comen bizcochitos, justo al lado del cartel de entrada al Parque Nacional El Impenetrable, Verónica dice que tiene apenas unos minutos para charlar. “Tenemos que salir revisar las cámaras. Acá se sale bien temprano a trabajar, porque durante el día puede hacer calor a pesar de que estamos en pleno invierno.”
-¿Cuál es tu trabajo?
-Investigo al yaguareté en la región chaqueña.
-¿En qué consiste la investigación?
-Intento establecer en qué estado se encuentra la población de yaguaretés en la región chaqueña.
-¿De qué forma?
-De varias formas. Una de ellas es poner cámaras trampa en diferentes lugares para poder fotografiarlos y, así, identificar individuos, saber el estado de salud y poder contarlos.
-¿Hace cuánto hacés este trabajo en esta zona?
-Diecisiete años
-¿Y cuántos yaguaretés aparecieron en las cámaras trampa?
Ninguno.
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El 15 de noviembre de 2021, Verónica desayuna café negro con algunos criollitos en el hotel Los Abuelos, de Pampa de los Guanacos, Santiago del Estero. Con la dueña de Los Abuelos hablan acerca de la lluvia del día anterior. En esta parte de la región chaqueña, las lluvias empiezan en noviembre en forma de aguaceros furiosos, y se extienden hasta marzo. “Hay años que empieza a llover a fin de diciembre y en febrero no llueve más. Ahí sí que la pasan mal. Porque de eso depende la dinámica del año, para la gente y para los animales también. Ahora estamos en noviembre y, por lo que me dijeron, llovieron 75 milímetros. Es una buena noticia, pero los caminos para entrar al Parque deben estar complicados. En unas horas nos vamos a enterar qué tal están.” Pues estaban barrosos, gredosos, resbalosos, pantanosos. El Parque Nacional Copo está en el Norte de Santiago del Estero, en el límite con la provincia de Chaco. El camino para llegar desde Pampa de los Guanacos es de tierra y la lluvia los dejó hecho un jabón. Es la primera vez después de la pandemia que Verónica sale de su casa, en la Ciudad de Córdoba. Y se le nota. Se ríe todo el tiempo, habla de lo verde que está todo por la lluvia, cuenta cómo se formó este Parque, habla acerca del loro hablador, recuerda anécdotas de sus viajes pasados, habla del lugar como quien vio una película que le gustó mucho y quiere contarla de punta a punta. Pero también dice: “Frenar los desmontes está siendo una de las principales problemáticas hoy en día. O sea, sale mucha madera de forma ilegal, sin guías.”
Si algo caracterizó al Siglo XX en términos de Naturaleza fueron los desmontes. Primero, a mano, con los hacheros. Después, con topadoras. Las zonas más castigadas fueron la pampa y el litoral. Por ejemplo, del cien por ciento de selva paranaense o misionera, se estima que hoy queda el cuatro o seis por ciento. El monte chaqueño es la segunda extensión boscosa más grande de América del Sur después de la Amazonia. El avance de la frontera agropecuaria llegó con fuerza durante la segunda mitad del siglo XX y arrasó con extensos bosques de quebracho, algarrobo, guayacán y demás. A esta región, los científicos la llaman el Gran Chaco, y se extiende por el Norte de Córdoba, el Este de Tucumán, gran parte de Santiago del Estero, Chaco y Formosa, y por el Este de Salta y Norte de Santa Fe. Es la zona que Verónica eligió para estudiar al tigre americano (Panthera onca), a quien los guaraníes nombraron yaguareté, que significa verdadera fiera. Es el tercer felino más grande del mundo (después del tigre y el león). En tiempos previos a la llegada de los españoles, habitaba desde el Norte de nuestro país, hasta el extremo Norte de la Patagonia. Incluso el Delta del Tigre, en la provincia de Buenos Aires, lleva ese nombre por la alta presencia de jaguares que había allí (algunos testimonios hacen suponer que se lo vio allí hasta fines del Siglo XIX). Hoy en día, según cifras de la ONG Proyecto Yaguareté, de la que Verónica forma parte, en Argentina no quedan más de 200 tigres, a lo sumo 250. Entre las principales causas están la caza y la desaparición de su hábitat.
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Diecisiete años y apenas un puñado de rastros. Eso consiguió Verónica en su trabajo de investigación sobre la población de yaguaretés en la región chaqueña. Decenas de campañas en diferentes lugares, poniendo cientos de cámaras trampa y hablando con pobladores de aquí y de allá. “Encontramos huellas, y cuando la huella está, el bicho está. También hemos encontrado cueros de bichos cazados. Además, están los relatos de pobladores que dicen haberlo. Entonces sabíamos que estaba presente, pero no aparecía en las cámaras. Y la foto ¿qué te da? Que podés identificar individuos, saber si es macho o hembra, en qué estado de salud se encuentra y demás. Pero al no tener fotos en cámara trampa…”
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Pero fueron diecisiete. No dieciocho. El 31 de agosto de 2019, mientras hacían un recorrido por el Parque Nacional El Impenetrable, en la provincia de Chaco, el guardaparque Leonardo Juber frena la camioneta en la costa del río Bermejo. Verónica no quiere bajar porque para qué. Con el calor que hace, prefiere quedarse en la camioneta. El guardaparque insiste y la provoca. Mirá si justo hay una huella de tigre. “Eso no va a pasar. Vayan ustedes, les dije.” Su desconfianza tenía una base sólida: la última vez que ella había visto una huella en la zona había sido en 2013.
“Bueno, pero esta vez sí había una huella. ¡Una tremenda huella! Y al poco tiempo apareció en una de las cámaras trampa. Era un macho enorme. pero en ese momento, yo les decía que si no había una hembra dando vueltas, ese tigre cruzaría el río Bermejo y se iría del Parque.” Entonces, la Fundación Rewilding Argentina propuso llevar a una hembra cautiva para ver si atraía al macho. Y así se hizo. Se montó una jaula y se trajo a la hembra: Tobuna, que venía de los Esteros del Iberá, del Centro de Reintroducción de Yaguareté. Y, claro, al poco tiempo, la hembra atrajo al macho.
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Parte del trabajo de Verónica y del equipo de Proyecto Yaguareté es intentar capturar ejemplares para colocarles un collar con GPS y radiofrecuencia. Eso les permite monitorearlos, conocer rutas y territorios en los que se mueven y, además, saber si aún están vivos. En Argentina, las dos poblaciones de tigres más numerosas están en Misiones y en las yungas salteñas. Para atraparlos, ponen lazos en lugares recontra pensados, camuflados artesanalmente y construidos de forma tal que no lastimen al animal. De estos procedimientos participan unas diez personas, entre veterinarias, biólogas, colaboradores, voluntarios y demás. Una vez que el animal queda atrapado en el lazo, lo duermen con un dardo, le hacen estudios rápidos para conocer su estado de salud y le ponen el collar. Cuando Verónica propuso capturar a este súper macho que aparecía en las fotos, colaboraron Parques Nacionales y la fundación Rewilding Argentina.
“Los lazos se revisan tres veces al día de forma remota, con un sistema de VHF. Si el lazo emite un pitido, quiere decir que algo lo activó. En ese caso, hay que ir a revisarlos. Pero a la mañana bien temprano, los vamos a revisar de forma presencial. Hacés una recorrida con el equipo por todos los lazos. Ese día salimos a revisar y bueno. Yo voy por el costadito de la jaula de la hembra, con el cuidado de que puede estar. Pero en el fondo vas bastante incrédula. ‘Mirá si justo va a estar.’ Y veo entre la vegetación, las manchas. Me freno, vuelvo a mirar y me digo: ‘hay un yaguareté’.” Las redes neuronales del cerebro de Verónica deben de haber entrado en crisis en ese momento. Casi veinte años intentando encontrar un yaguareté en el contexto de un mega proyecto de investigación, y jamás nada. Ni huellas, ni fotos ni nada. Y de repente, en lo profundo del Impenetrable chaqueño, Verónica su cruzaba miradas con un macho enorme. “Creo que los dos nos quedamos confundidos, él y yo. En ese momento el cerebro tardó unos segundos en acomodarse. Cuando pude, di dos pasos hacia adelante, para estar segura. Y cuando pude verlo bien, empecé a retroceder. Detrás de mí venía Agustín Paviolo, que es mi compañero en Proyecto Yaguareté. Me di vuelta y le dije: ‘Tigre’. Y el Agus me dice: ‘Nahhh’. Sí, le digo, ¡cayó el tigre! Y bueno, ahí empieza todo.”
Todo significa que el equipo de veterinarios lo durmió, le hicieron los estudios, le pusieron el collar y lo soltaron. Fue la primera vez que se empezaron a obtener datos fieles de la especie en la región chaqueña. Por medio de una votación en las escuelas de la zona, se decidió llamarlo Qaramtá, que en lengua Qom significa el que no puede ser destruido.
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Con datos de la especie en la región del chaco paraguayo, y ahora con los datos de Qaramtá, Verónica y su equipo llegaron a la conclusión de que en la región chaqueña de Argentina, no quedan más de veinte individuos de yaguareté. “¿Qué significa eso? Que la especie está ecológicamente extinta. Es decir que aún está presente en la zona, pero hay tan pocos que ya no cumple su rol ecológico, que es esto de ser el predador tope, el de regular las poblaciones de herbívoros y carnívoros más chicos y demás. Pero a pesar de esto, se empezaron a generar un montón de acciones para proteger a la especie. Desde los Gobiernos, desde otras ONGs. Y se han ido logrando cosas. La creación del Parque Nacional Impenetrable tuvo como base fuerte el hecho de que nosotros lo citábamos como un área núcleo para la presencia de yaguareté: por el tamaño del área protegida, que estaba al lado del Bermejo, la idea de poder mantener esa diversidad de presas. El yaguareté fue uno de los motores para crear el Parque. Sin dauda.”
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En una foto en sepia se la ve a Verónica en la orilla de un río. Está tomada de la mano de su padre, al que apenas le llega a la cintura. También se lo ve al hermano. El padre señala un árbol. Hay otra foto (esta vez en color, formato cuadrado) que dice con mi hermano Pablo, década del 80, en las Sierras de Córdoba. Verónica lleva pantalón y camperita de gimnasia. Los dos miran un cartel que dice Zona de Protección a la Naturaleza. Pareciera que la niña tiene una caramañola en su mano derecha. Otra foto, que parece de una cámara más moderna, con colores más saturados, en la que se la ve a Verónica y a su hermano remando en una canoa. Ella debe de tener unos 14 años y está sacando una foto. El texto que acompaña la imagen dice En canoa, laguna Mar Chiquita, Córdoba. Año 1992. También hay una sacada con alguna cámara digital, de baja resolución, con la leyenda Parte del equipo del Proyecto ELE, en el Parque Provincial Loro Hablador. Se ve una camioneta cargada hasta el techo con mochilas, aislantes, bolsas de dormir y una bicicleta. Están en el medio del monte. Hay siete personas. Seis de ellas son varones. La única mujer es Verónica. En otra, remando en una canoa por un río de aguas color chocolate, con costa marrón y monte de fondo. Ella tiene puesto un gorro piluso y camisa color caqui. En la misma canoa se lo ve a Gabriel Boaglio. “El Gabi es mi compañero, amigo y hermano a esta altura. Creo que es la persona menos machista que conocí, y tal vez por eso siempre nos hemos llevado tan bien.” La última foto es de noviembre de 2021. Verónica está de pie al lado de un cartel que dice Parque Nacional Copo, Seccional El Guayacán. Está sonriente, con bombacha de campo y una camperita verde chillón. “¿Salió bien?”, me pregunta. ✪